Pensaba si tú me
amabas
y me amaneció
pensando
el cielo lleno de
estrellas
y negro el azul
del mar
3 balsas rumbo a
Australia
12 marinos sin par
12 vidas y una
meta.
Ilusiones de Alta
Mar.
Jorge Ramírez – 12
de junio de 1973
A Jorge Ramírez le
encantaba el mar. Era de esos hombres que sueñan con hablar al mar en femenino,
llamarla “la mar”, así como le dicen los poetas y los marinos, aquellos hombres
que entre las olas vislumbran las curvas de sus mujeres que han dejado en
tierra. Debajo de su vestimenta cotidiana se hallaba
oculta una pasión por las profundidades. Un día me voy a ir en un barco, le dijo a una de sus hijas un domingo
por la tarde mientras juntos veían un programa de Jaques Cousteau.
Su hija jamás pensó que pudiera
cumplirse la remota posibilidad de que su padre se embarcara en una aventura
marítima que fuera más allá de las que experimentaba cuando eran vacaciones y
buceaban en Acapulco.
Pero para cada sueño existen oportunidades,
y para el sueño de Jorge, también tenía que existir una. Él trabajaba como gerente en una fábrica de
tocadiscos de la empresa inglesa Garrard y todos los días comía en el
comedor ejecutivo de la compañía con el director de la misma. La posibilidad de que Jorge viajara en
altamar se presentó de manera repentina, inesperada, cuando un día como
cualquiera del año de 1971, llegó al comedor de la empresa Vital Alsar, un
español aventurero que visitaba al director para solicitar un patrocinio con el
fin de financiar una expedición que saldría de Sudamérica para llegar al
continente australiano.
La travesía se llevaría a cabo en
balsas y tenía como objetivo reproducir la idea de la expedición Kon-tiki
de Thor Heyerdalh, un antropólogo y marino noruego que había ideado ese viaje
para comprobar una de sus teorías, la cual aseguraba que no había impedimentos
para que los antiguos nativos de Sudamérica atravesaran el pacífico y se mezclaran
con los primeros habitantes de Australia.
Cuando Jorge escuchó
el proyecto de Vital Alsar, sin pensarlo dos veces, preguntó si podría ir. Vital aceptó, pues era difícil conseguir
personas que estuvieran tan seguras de embarcarse en una travesía de esa
naturaleza. La única condición que puso
el español es que si participaba en la expedición, debía de darse por muerto,
pues existía el riesgo de no regresar.
Vital Alsar hubo organizado antes
dos expediciones: “La Pacífica” y “La Balsa”.
Las dos partieron de Ecuador; la primera fue llevada a cabo en 1966, él
mismo la pagó con todos sus ahorros y la emprendió justo un día después de
casarse; esta experiencia fue un fracaso debido a que la embarcación se vio
amenazada por el gusano teredo, por lo que el aventurero marino y su
tripulación naufragaron a los 143 días de navegación. La segunda fue realizada en 1970, y aunque
ésta si llegó a su destino, al puerto australiano de Mooloolaba, después de 161
días de viaje y 8,565 millas de navegación, su éxito fue adjudicado a la casualidad.
A pesar de la negativa de su esposa,
hijos, amigos, vecinos y de casi todas las personas con sentido común que lo
rodeaban, quienes le decían que no debía embarcarse en algo así, él no desistió
y decidió arriesgar su vida en esa expedición.
Junto con Alsar y otros hombres que participarían en el proyecto, Jorge
salió de México el 13 de abril de 1973 en un vuelo hacia Ecuador, pues la travesía iniciaría en
el puerto de Guayaquil.
La expedición fue bautizada como La
Huancavilca, en honor a la tribu de los antiguos huancavilcas, quienes
según la teoría de Heryerdahl,
atravesaron el pacífico y llegaron en balsas a Oceanía. Los participantes de la expedición serían
doce hombres: Vital Alsar de España, Marc Modenna de Francia; Fernand
Robichaud, Greg Holden y Gaston Collin, de Canadá; Hugo Becerra y Gabriel
Salas, de Chile; Aníbal Guevara de Ecuador; Tom McCormicki, Tom Ward y Mike
Fitzgibbons de Estados Unidos; y Jorge Ramírez de México. Por lo tanto, los marineros provenían de siete
países diferentes.
Otra persona involucrada en la
expedición fue el director de cine Robert Amram, quien filmaría un documental
sobre la aventura. Él tomaría película de los preparativos y capacitaría a
algunos de los navegantes para que captaran algunas escenas en altamar.
Las balsas debían medir 14 metros de
largo y 5.5 de ancho. Fueron construidas
en plena selva, en medio de la vegetación tupida y el aire húmedo. Los mosquitos y las hormigas tonga hacían que
el clima fuera aún más agobiante.
Además, la elaboración de los navíos era algo largo, sobre todo la
preparación de la madera: tras derribar los árboles, un hombre con un machete
debía hacer cortes en forma de rombo sobre el largo del árbol para ir botando
los tajos a un lado; después, con unos palos largos, duros y con forma de
espátula se separaba la corteza del árbol poco a poco hasta que quedara limpio
el tronco de la boya.
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